El fin del camino
(Ahora un cuento...perdonen la extensión...trataré de acotar en el futuro, abrazos a todos)
En medio del calor que atolondra a los transeúntes del paseo Ahumada, y mientras sus ojos se entrecruzan con otros tratando de decir cosas indescifrables, me incorporo a ese gran brazo de la contaminada capital Chilena. Veo una diversidad de personajes que, a pesar de formar sólo una masa de grisáceos matices, rellenan el paisaje poco homogéneo que desde la pisadera de la micro distingo tembloroso.
Dos seudos esculturas de hierro añejo, y oxidadas por el pasar de los días, dan la bienvenida al tradicional recorrido. Obra de arte o no, son dos “palos” que se levantan para decir a cada uno de los paseantes que allí comienza la aventura de un camino lleno de misterios, miseria, erotismo, e incluso represión desbordada, y donde de seguro se encuentran las más diversas experiencias.
Lo primero que se asoma al caminar bajo el implacable calor es a la decena de hombres y mujeres esperando a la entrada del metro -Universidad de Chile-. Siempre están allí y pareciera que nunca mueven aquellos sudorosos cuerpos. Impacientes, hacen guardia desde las primeras horas de la fresca mañana esperando quizás qué.
Luego, a mitad de camino, y entre modernos baños que buscan nivelar la ciudad con los mejores estándares internacionales, las personas, vista en alto como si quisieran alcanzar el oasis al final del camino, persisten en su incesante transitar. Así, me inunda la incertidumbre por descubrir que hay al fondo, que hay allá hacia donde todos van con apuro.
Mujeres jóvenes, mujeres viejas, mujeres gordas, mujeres no tan gordas, hombres jóvenes, hombres viejos, hombres gordos, hombres no tan gordos, hombres con sus corbatas a medio ajustar, parejas de hombres y mujeres, parejas de hombres con hombres, parejas de mujeres con mujeres, van caminado hacia el lugar de ensueño, veloces, imparables, como que algo los guía.
Sin embargo, una madre no esta eufórica por llegar...prefiere tomar un fresco helado que, al pasar un par de minutos, ya está descongelándose. Junto a sus hijos que por supuesto lloran, transpiran y se quejan de dolor de cabeza, manchan sus ropas con los mismos helados, mientras ella, llena de bolsas de “Fallabella”, una que otra de “Almacenes París” y al punto del colapso nervioso, intenta limpiar y calmar a sus oriundos dando a entender que más que ayudarlos pretende borrar del mapa a aquellos bambinos.
Después de escuchar el “pi, pi, pi” del semáforo especial para ciegos, sigo el camino que me lleva directo a descubrir una decepcionante contradicción de la ajetreada ciudad. Manos sucias, partidas, caras tristes, sufridas, cuerpos añejos y fétidos dan cuenta de la miseria que mendiga una ayuda solidaria. Hijos con cáncer, asmáticos, problemas in entendibles, son recurrentes justificaciones para suplicar dinero, en medio de letreros mal escritos, pero que a buenas cuentas explican la razón de su condición.
Los miro confusos, los trato de entender, los intento ayudar, empero la masa rauda camina sin importarles lo que en aquellas infructuosas propagandas dice. Me preocupan, los observo, los pienso, los tolero y me da rabia, pena, lloro, pero sigo...¿y qué hago?...mantengo el paso y busco el camino.
Al seguir, aprecio los avances de la ciudad. Botones de pánico que presiono y al instante decenas de hombres de rojo y negro, que antes sólo oteaban cada paso del turbulento gentío, se disponen a dar sus vidas si fuese necesario por mantener la armonía del trastornado paseo. De pronto, me confundo entre muchos hombres de raras vestimentas. Ahora son verdes y su objetivo el orden. Vigilan que todo se mantenga perfecto y, sobre cualquier cosa, que nadie ose poner sus empresas itinerantes a merced de los apresurados transeúntes.
Otra vez me decepciono, no obstante mantengo firme el paso. Hasta ahora, no pienso en detenerme, puesto que el fin se acerca. Allí, donde me espera otro mundo, el mismo que persiguen los feroces caminantes. Pero, aun falta y veo cosas nuevas; son estatuas que, a pesar de sus pinturas corridas por el sudor, se mantienen inmóviles hasta que alguien deposita una moneda que da permiso para mostrar una nueva faceta de aquel arte. A un paso de las coloridas imágenes, la Biblia se hace pública a través de un hombre delgado y sencillo que alienta al apurado grupo de posibles fieles a no caer en el pecado, sino a seguir “el camino de Dios” que los llevará a la eternidad del más allá y a la salvación de los males del infierno.
En medio del tumulto, son dos o tres oyentes que, más bien, se arriman al apasionado expositor por su privilegiada y exquisita posición bajo una espesa sombra. Así, ni siquiera me detengo, mejor me aliento a seguir sin saber que un vendedor de diarios gritaría a mi oído ¡la seguuunnndaaaaaa!., que al mirar, sus rojos titulares, me nutren del acontecer nacional.
El calor baja y los café “Haití” reciben sus bien ponderados clientes que buscan “refrescar” sus acaloradas cabezas que a ratos limpian con pañuelos de géneros. Al tanto, rubias poco naturales sirven tazas de café con toques de picardía y coquetería que tampoco me convencen para detener mi constante andar.
Me acerco al fin, a lo esperado... el viento sopla fuerte en medio del callejón poco natural. Formado por sendos edificios asemejados a guardias inmortales, aquel paseo se sumerge en la tarde fresca que añoraba después de tanto calor. El sol emprende su corto viaje, mientras una ola de personas entorpece mi ya irregular huella. Llego al final, al sueño de todos, al lugar deseado, al que todos añoraban...
...Encuentro lo mismo, ahora lo llaman plaza, es de armas y la inundan otras especies, más cansadas y estresadas que no sólo han caminado por aquel esperanzador paseo. Nuevas caras veo, el sol se derrumba por completo, la noche cae segura e imparable. Un manto oscuro, sin embargo, fresco y agradable, esconde secretos que son revelados mientras aquellos apresurados, cansados y acalorados transeúntes ya están en sus casas.
Ahora me detengo, decepcionado de no hallar nada. Nada inusual, todo igual, con otros vientos, pero igual. Aquel paseo lleno de vida, termina simple y con muerte, muerte de los sueños, de vidas, de esperanzas, de utopías. Llego al final del camino con los ojos cansados y sigo viendo lo mismo; ajetreos, vendedores, uniformes, hombres, mujeres, niños, parejas. Pero ahora, las veo distintas...son de hombres con niñas, de hombres con niños, y veo miseria, limosneros, delincuentes, drogadictos, prostitutas que se adueñan de los sueños, que se adueñan del comienzo de la noche y del fin del camino.
1 Comments:
At 3:04 p. m., Anónimo said…
No pude evitar hacer el recorrido con la experiencia que he vivido desde niño. Ese paseo que muchas veces realicé con mis padres y que luego comencé a realizar por opción cuando decidí hacerme parte de la fauna que relatas, pues soy cantante de micros y ese es también mi mundo. Veo todos los días ese deambular incesante, la miseria parece ser una caricatura al lado de las vitrinas bien adornadas y creo que la mendicidad, por muy real que sea la pobreza, hoy se elige también como profesión. De todas maneras vivo con esperanzas, mi canto es para mi un transmisor de ellas, de construir con todos una existencia menos individual y más colectiva.
Esta buena su página, me habló de ella un amigo, seré visitante y comentarista habitual, pues aunque la tecnología nos enagena en algunos de sus formatos, otras veces, como en este caso, nos permite acercarnos y dialogar entre conocidos-desconocidos.
COKE
Publicar un comentario
<< Home